Por fin, en abril de 2022, tuve la oportunidad de conocer la mítica ciudad perdida de los Tayrona, para quienes me conocen y han leído mis redes sociales, saben que he tenido la fortuna de conocer diferentes y magníficos lugares, pero luego del viaje que me internó en las entrañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, debo anticipar la conclusión; se trató de mi mejor experiencia de viaje.

Para empezar, deben saber que las agencias autorizadas para vender los tours, tienen los mismos precios, lo que cambia, quizás sean las condiciones de transporte y el tipo de guianza, en el caso de mi grupo, tuvimos la suerte de contar con la agencia Indígenas Tours, la cual está conformada por hombres y mujeres nativos de la Sierra Nevada de Santa Marta, de tal modo, que sus guías también son indígenas. En 2022, la tarifa promedio para el ascenso en cuatro días y tres noches es de USD 335 ($ 1’450.000 pesos colombianos), el valor pagado, incluye transporte desde y hacia Santa Marta, guía, alojamiento, desayuno, almuerzo, cena, toda el agua que quiera, fruta en las pausas del camino y el seguro de viaje.  Aquí la primera recomendación: Lleguen a Santa Marta el día antes de comenzar el recorrido, hospédense en hoteles o hostels del centro histórico (USD 10 la noche, recomiendo Hotel Casa Escondida) y, salgan de Santa Marta mínimo, al día siguiente de terminar el recorrido.

Antes de contar la experiencia diaria, dejaré algunas recomendaciones realmente útiles:

  1. Si tiene algún inconveniente de salud, intolerancia extrema al calor, problemas óseos o musculares en sus extremidades inferiores, o molestias en las rodillas, considero que debe abstenerse de ir.
  2. Lleve lo ESTRICTAMENTE NECESARIO, si yo volviera a ir, solo llevaría la ropa que tengo puesta, una camiseta y pantaloneta para rotar, ropa interior para cada día, algo para dormir, desodorante, jabón, papel higiénico (en los campamentos no hay jabón ni papel higiénico), cepillo de dientes y crema dental, sandalias para descansar en la noche, los zapatos que lleva puestos (Si no tiene zapatos adecuados para hacer trekking, entonces CÓMPRELOS), REPELENTE PARA INSECTOS, una toalla de secado rápido, un termo o cantimplora para almacenar agua y sobre todo, un morral muy cómodo dónde llevar lo mencionado.

3. LLEVE BASTÓN.

4. Por prevención, lleven pastillas para el dolor muscular o antiinflamatorios, analgésicos y elementos básicos según su salud.

5. Por recomendación de un amigo, me fue útil llevar todo de forma grupal, en bolsas plásticas resellables, ejemplo; en una bolsa la ropa interior, en otra bolsa la ropa de dormir, en otra bolsa la billetera, el cargador del celular, la pila de mi cámara y medicamentos, y de ese modo todo lo demás. Como llueve todo el tiempo, con estas recomendaciones evitan echar a perder la ropa seca y los demás elementos.

6. En el camino y algunos campamentos, hay tiendas donde pueden comprar cosas como snacks, café, chocolate, artesanías y hasta internet, en mi caso, solo gasté cerca de USD 15 en efectivo en todo el recorrido.  

7. Tenga el convencimiento que tendrá los zapatos empapados prácticamente todo el tiempo.

8. Absténgase de llevar comida o botellas con agua, en el camino dan ganas de dejar tirada hasta la conciencia, pesa demasiado.

9. Si ha tenido problemas con las rodillas, lleve rodillera de compresión y cremas para desinflamar, LAS NECESITARÁ.

10. Lleva una bolsa plástica de esas para la basura, para que cubras el morral y evites que se empape.

11. No se encarten con carpas, capas o cualquier cosa inútil para evitar la lluvia. 

Día 1

El día empezó conociendo a nuestro guía, el señor “Shemacku”, quien nos recogió en el hotel Casa Escondida y nos llevó caminando hasta la oficina de la agencia en el centro de la ciudad de Santa Marta, lugar donde dejamos los morrales y/o equipaje que no llevaríamos al recorrido hacia la sierra. Un vehículo nos transportó desde ese lugar, hasta la entrada a la Sierra Nevada, de ahí, continuamos por un camino de trocha, en un fascinante desplazamiento (estás entrando a la sierra y desde ciertos puntos, ves el mar) de aproximadamente 45 minutos, hasta llegar a “machete pelao” un corregimiento donde tomamos el almuerzo, todos con las mejores energías y disposición, nos sorprendía ver a quienes terminaban su tour, en el mismo lugar, y llegaban prácticamente “destruidos”.

Luego del almuerzo, empezó la verdadera aventura, los primeros 7, 6 kilómetros del recorrido, un ascenso de cerca de 520 metros y un descenso medio de 60 metros para llegar al campamento Vista Hermosa, el camino en ese recorrido era sumamente aceptable, podíamos decir que el reto se hacía fácil; sencillo. El paisaje, ya nos tenía enamorados, las exuberantes montañas tupidas de milenarias especies arbóreas, los nubarrones que ligeros pasan entre la sierra, las aves volando, lagartos pequeños que cruzan la carretera, el primer aguacero, y en general; todo, todo nos tenía encantados.

De izquierda a derecha: Michell, Jeff, Tes, Philippo, Verónica y Juan

Día 2

A las 05:00 horas empezó el día para nosotros, luego de bañarnos, alistar el morral y desayunar, emprendimos el verdadero reto, lo que habíamos visto en el día 1, se habría de quedar tan solo en un “maravilloso y fácil comienzo”. –  Otra recomendación; NO SE ALEJEN del grupo principal – , Como me gusta hacer fotografías, resulté quedándome atrás, hubo un momento en que perdí de vista al grupo, afortunadamente, me encontré con Tes y Verónica pero, también estaban atrás, luego de caminar, encontramos un camino con bifurcación, por lo que decidimos esperar a que el guía se devolviera por nosotros, era irresponsable tomar una decisión sobre qué camino tomar y luego resultar verdaderamente perdidos. 

Ya no había carretera, ahora era un “camino de herradura” solo para personas y bestias, la primera meta de aquel día, era llegar al campamento de descanso WIWA, serían en total 12 km hasta ahí, subíamos y bajábamos tantas veces que resultaba complejo dimensionar el esfuerzo físico, no es la distancia, es la dureza y hostilidad del camino; piedras, barro y pendientes dificultaban el proceso. A las dos horas de haber empezado el día 2, hicimos una pausa donde tomamos agua y fruta, en ese tiempo, solo recorrimos 4,8 km, se me estaban quitando las ganas de hacer fotos y hasta las ganas de haber ido.

A unos 1400 metros de la pausa, nos encontramos con un campamento que hacía las veces de “recinto del conocimiento ancestral”, donde un líder del territorio nos contaba detalles sobre su milenaria cultura, su lugar en la sociedad y la distribución de tareas entre hombres y mujeres, detalles de cómo ganan sus poporos, cómo los enriquecen con el uso de concha de mar, el consumo de hoja de coca, y algunos detalles sobre sus artesanías. Además, cabe resaltar que el líder de este territorio, se haría muy importante para mí, al final les cuento por qué. Por fin copamos los 12 km, llegamos al campamento sobre el medio día y de ahí, una primera gran compensación; un camino de 15 minutos para ir a una cascada de aguas frías y cristalinas, la “cascada WIWA”, se convirtió en ese primer gran premio, realmente es frustrante no poder transmitir mejor lo que quiero, pero estar allá, inmerso en la sierra nevada de Santa Marta, en su selva, es una experiencia maravillosa, escucharnos solo nosotros y la inmensidad de nuestro entorno, resulta tremendamente gratificante. El sonido del agua era música para nuestros oídos, nadie llevaba puestos audífonos, creo que sería un atentado contra nuestros sentidos privarnos de escuchar a la naturaleza en su grandeza. 

 

Regresando de la cascada, tomamos el almuerzo y hasta tiempo tuvimos para una breve siesta, antes de emprender la continuación del reto del día; faltaban aún cerca de 7 km, la meta era llegar al final de la tarde al campamento “El Paso de Lorenzo”. 

A pocos kilómetros del campamento WIWA, nos topamos con un territorio de esta comunidad, bueno, en la sierra nevada viven en total cuatro comunidades llamadas: WIWA, Koguis, Arhuacos y Kankuamos, todas descendientes de los míticos Tayrona los cuales han vivido en el área desde el año 200 DC. A este encuentro lo llamé “el segundo gran premio”, poder ver una comunidad indígena, prácticamente con tradiciones milenarias,  en la mas transparente forma de vida y una inverosímil convivencia con el ecosistema del que hacen parte; resultó una grandiosa gran experiencia, dentro de toda la experiencia.

El camino continuó su rumbo, rondamos un sendero que califiqué de “peligroso, muy peligroso”, del lado derecho, una montaña bordeada de piedras; del lado izquierdo, el imponente río Buritaca a casi 25 metros de profundidad, con un exuberante corriente de aguas cristalinas que se rompe con enormes piedras, el sonido es fascinante. Nos encontramos con una enorme serpiente en el camino, debimos esperar algunos minutos para esperar a que ella se retirara por sí sola del estrecho sendero por el que debíamos pasar, cruzamos el Buritaca a través de un puente metálico, una “breve pausa” para tomar aire y empezar a ascender aproximadamente 500 metros, en tan solo 1,9 km de distancia, ahí, por primera vez sentí el peso y la dureza del recorrido, cuestioné el no haber practicado montañismo antes, pensaba que por solo practicar entre 3 y 5 k de running al día me bastaba para tener “buen estado físico”, y no, no fue suficiente, si bien sentía que la resistencia estaba de mi lado, mi rodilla izquierda empezó a dar unas señales de alerta, el bastón fue de gran ayuda para continuar.

Faltaban casi cuatro kilómetros para llegar cuando nos detuvimos para tomar agua y comer frutas; unas suculentas naranjas y piñas dulces se convirtieron en el mejor banquete ante semejante agotamiento y esfuerzo, el recorrido se tornaba pesado, pero el espectáculo de la naturaleza hacía que cada gota de sudor valiera la pena, incluso, el dolor en mi rodilla, que hizo que bajara el ritmo, prácticamente dejó de importar. Cada vez eran menos kilómetros, pero al mismo tiempo, era más el agotamiento y la resistencia iba disminuyendo, ascendíamos y descendíamos por un camino lleno de piedras, por arroyos de agua,  no los esquivaba o evitaba, metía mis pies en ellos, era como un bálsamo para el cansancio. De nuevo, un estruendoso sonido de agua, nos empezábamos a acercar nuevamente al río Buritaca, nos adentrábamos a un tímido pero magnífico cañón que nos dio la bienvenida al campamento, llamado “paso de Lorenzo” (el campamento está al lado del río Buritaca). 

Cruzábamos miradas, en ellas prácticamente nos comunicábamos el cansancio, solo nos alentaba el saber que cada vez estábamos más cerca. Ese día llegamos al sitio de descanso sobre las 05:20 de la tarde, en total, logramos caminar más de 19 km, como dije al principio del “día 2”, aquí había comenzado el verdadero reto, los 7 km del día anterior, eran un mínimo atisbo. Según mi altímetro, ese día ascendimos cerca de 1090 metros y descendimos otros 900 apx, ¡Carajo, es un esfuerzo monumental!

Día 3

Ese día empezó más temprano que el anterior, a las 04:30 AM estábamos en pie, alistándonos y en disposición de emprender los últimos tres kilómetros que nos enfrentarían al premio mayor, a la razón de semejante travesía; distancia corta pero que dada mi recién descubierta frágil rodilla izquierda, se hizo bastante tortuosa, debíamos cruzar en dos oportunidades el río Buritaca, la primera a través de un puente, el cual nos dio paso a un sendero estrecho sobre roca, algunos centenares de escalones de subida y bajada, luego el segundo cruce del río, esta vez a través de una tirolesa y una rudimentaria canasta metálica, halada por sus tripulantes (de dos en dos) o por quien está esperando del otro lado.  

Una vez cruzado el río por segunda vez, empezó la magnificencia del territorio en lo que respecta a lo arqueológico; 1200 continuos escalones de paso angosto y sumamente empinados,  nos separaban del premio mayor, la inflamación en mi rodilla se hacía más fuerte, tuve que atar dos calcetines con fuerza, haciendo presión para evitar sentir más dolor, así resistí el ascenso hasta llegar a una estación que nos da la bienvenida al territorio sagrado de los Tayrona, una breve plática sobre el lugar, un pasaporte que nos certifica como visitantes, y el premio estaba ahí; a nuestros pies, la emoción evitaba cualquier palabra que entorpeciera el momento, ni siquiera daban ganas de fijarse en una foto, había una absurda necesidad de simplemente contemplar y permanecer.

La experiencia de estar en un lugar que fue habitado por otras culturas, desde el año 200 DC, que permanecieron allí hasta la conquista de los españoles, ver las ruinas de una ciudad que alguna vez tuvo tanta importancia para sus comunidades como para nosotros las ciudades en las que vivimos,  comprender que solo se ha descubierto una mínima parte de la denominada “Ciudad Perdida”, porque se estima que la mayoría de ella, yace bajo la exuberante selva que domina la sierra, es como redescubrir la pequeñez de nuestra existencia no solo en el espacio, sino en el tiempo. Fue como si todas las fuerzas gastadas para llegar allí se revitalizaran nuevamente, la satisfacción no nos cabía en la mirada, con cuánta admiración quedé, al ver a decenas de extranjeros maravillados con un templo de la arqueología colombiana, hubo hasta tiempo de cuestionar por qué el 85 % de los visitantes son de afuera. 

Permanecimos cerca de tres horas y media en la Ciudad Perdida, luego, retomamos el camino para llegar nuevamente al campamento paso de Lorenzo, ahí tomaríamos el almuerzo y recuperaríamos un poco de fuerza para continuar el camino hasta campamento WIWA. La subida y bajada de escalones, deterioró mi rodilla, a esas alturas, en la hora del almuerzo, me encontraba bastante inflamado, por lo que decidí no tomar descanso, sino que salí inmediatamente para evitar quedarme de último, desde aquí debo agradecer al compañero  y amigo Juan Alejandro, quien no me dejó continuar solo y decidió acompañar mi paso lento, el dolor era intenso pero el paso se hacía rápido. 

Logramos avanzar cerca 8 kilómetros sin ser alcanzados por el grupo principal, se nos hacía curioso ver la cara de quienes apenas subían, ahora éramos nosotros quienes estábamos del lado de los que ya regresaban, bromeábamos entre nosotros sobre la cara que les pondríamos para alertarlos de lo que les vendría. Debo reconocer, que en todo el recorrido de regreso no saqué la cámara para absolutamente nada, el único objetivo era llegar para detener el dolor de la rodilla, nos deteníamos ocasionalmente para recuperar fuerzas y seguíamos. Así llegamos a WIWA, sobre las 04:30 PM, descansamos, la ducha de siempre, cenamos y a descansar, la motivación más grande, era que solo quedaba un día para que finalizara todo. 

Día 4

El último día llegó cargado de emociones, era el día de acercarnos a casa, pero al tiempo, el de despedirnos de la mejor experiencia de viaje que hayamos vivido, de despedirnos de los compañeros de esa aventura de la que teníamos un sentir en común, y era que no le quitaríamos nada, el esfuerzo físico hacía parte de esa perfección, la Ciudad Perdida había empezado desde el kilómetro cero, y de alguna manera, habíamos hecho vínculos con el grupo. 

Al amanecer, tomé la delantera como el día anterior, para evitar ser dejado atrás por mi lesión, nuevamente Juan Alejandro fue mi compañero de camino, pero esta vez, el dolor se hacía cada vez más insoportable, mi umbral del dolor es alto, por lo que sentir que no lo toleraba, me empezó a preocupar, temí por hacerme algún daño irreparable, así que cuando solo llevábamos cerca de dos kilómetros y nos encontramos con la casa del señor que les dije que sería importante para finalizar mi recorrido (el líder de territorio del día 2), tomé la decisión de buscar la posibilidad de alquilar una mula o caballo, me acerqué a él para preguntar si sabía quién me prestara ese servicio y sí, él mismo me alquiló su mula. 

Jamás había subido a lomo de una mula, por tan solo USD 13 la mula me llevaría hasta Vista Hermosa, el último campamento, de ahí solo restarían 7 km para llegar a Machete Pelao, pero justo desde ese lugar, el camino dejaba de ser “camino de herradura” y se convertía en una carretera de mejores condiciones para caminar.

Alejandro continuó con los demás, mientras yo me retorcía del dolor en la mula, al tiempo que moría del miedo, las pendientes sobre el animal, me hacían sentir como si estuviese al borde de un abismo, me topé en dos oportunidades con el grupo principal, todos estábamos tan fatigados y exhaustos que nadie tomaba su teléfono o cámara para una fotografía, no tengo evidencia gráfica de mis 5,5 km a lomo de mula, pero sí que tengo la certeza que gracias a ese animalito y a la buena voluntad de su dueño, evité un daño en la rodilla. 

Al llegar a Vista Hermosa, un último refrigerio para continuar los más de 7 km restantes, conté nuevamente con la compañía de Alejo, tuvimos tiempo de platicar sobre la experiencia vivida, de cosas personales y hasta de las perspectivas de país que cada uno tenía entonces, contaba cada kilómetro, trazaba el camino restante como si hubiese dejado migajas de pan cuando apenas empezaba, quizás un episodio de ansiedad por causa del dolor en la rodilla, pero ya; ya habíamos terminado, en Machete Pelao nos esperaba el almuerzo y también, nuestro muy merecido regreso a Santa Marta.

Jeffexplora

Viajero, cafetero, fotógrafo y consultor en marketing y comunicación digital.

1 Comment

Hender calderon -
julio 20, 2023 at 11:53 am

Muy útil esta información e interesante tu experiencia.
🙏🏻🙏🏻🙏🏻

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