“Un favor divino”, así creyeron los puritanos colonos de una isla caribeña al conocerla, que se trató de un favor divino y por eso su nombre es alusivo a la “Divina Providencia”; Providencia. Un pedazo de paraíso al noroeste de Colombia, fundada y colonizada en principio por ingleses, y posteriormente tras la compra de esclavos, por comunidades afrodescendientes. Fue invadida por los españoles, luego los ingleses volvieron para “apoyar” la independencia y luego de ires y venires, hacia 1822, se izó por primera vez una bandera colombiana en el archipiélago. Desde entonces, y a través de diferentes procesos constitucionales, el conjunto de islas pasó de ser un agregado político administrativo del territorio continental, a intendencia de Bolívar y por último, junto a San Andrés se convirtió en uno de los 32 departamentos de la hoy República de Colombia.

El breve contexto histórico, es para entender un poco sobre el por qué el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina; especialmente la isla municipio de Providencia ha representado una de mis experiencias de viaje más inolvidables y de los que sin duda, ha dejado una huella que tiñe del color de la bandera de mi país. 

Cadena montañosa en Providencia

A través del tiempo, he tenido la fortuna de ir en varias oportunidades a la isla de San Andrés, pero jamás había visitado la otra parte del archipiélago; Providencia y Santa Catalina. Pues bien, el día llegó y ahora mismo no paro de hablar de aquel lugar del que me he maravillado no solo de su exuberante belleza natural sino de lo que culturalmente representa para Colombia un territorio único, uno que no está tejido de los andes hacia el mar o viceversa; uno que está separado por la enorme plataforma marítima y que, más allá de los kilómetros o millas náuticas; deja ver y palpar el vínculo de país, la bandera que nos une.

A la isla no llegaron indígenas nativos de América como sí lo hicieron  casi a cada rincón de los andes o de los litorales del Pacífico y Caribe, El proceso de comunidad colonial en el lugar empezó con la llegada de la compañía inglesa, luego con los esclavos y minoritariamente por la invasión española; lo que marca otra diferencia en cómo nos desarrollamos como sociedad en el resto del territorio. En Providencia, la vida parece en principio algo limitada, quizás por los 17 km2 que la componen, como dirían los foráneos “es que no hay nada más para hacer”, quizás no hay nada más para hacer para nosotros, los de afuera, los que tenemos un imaginario de distancia que supera los kilómetros por miles y no por decenas, la “modernidad” a la que estamos acostumbrados nos abruma cuando no está, pero los isleños de Providencia y Santa Catalina, no necesitan esa modernidad, no les hace falta, el límite de los 17 km2 de la isla no son en sí un límite para ellos, la inmensidad del mar también les pertenece, la tranquilidad de sus vidas es solo propia de una comunidad que nació, se arraigó y convirtió al territorio isleño en su más preciada forma de vida.

Playa Almond Bay

Están protegidos por la tercera barrera de coral más grande del mundo, hacen parte de la Reserva Biósfera Seaflower, el mar es su mayor proveedor de alimentos, algunos tienen parcelaciones donde crían cerdos, pollos y gallinas, hay una cadena montañosa que prácticamente emerge del mar y se eleva por hasta 360 msnm en su pico más alto. Desde el fin de los conflictos por colonias inglesas o españolas, los isleños no volvieron a tener contacto con la violencia explícita, ese abismo de océano que los separa de la plataforma continental, también los protegió de la violencia que sí hemos vivido en los andes y los litorales. Eso, quizás los convierte en la comunidad más tranquila a la que haya visitado en Colombia, es una isla donde la paz no es solo una palabra, es una realidad.

Amo el contacto con las personas nativas de los territorios, es la única manera de conocerlo realmente. Platicando con algunos, me dejé fascinar por su lengua criolla “creole”, una mezcla única, como ellos, de los retazos con que fueron configurados a través del tiempo como sociedad, la base es el inglés, pero sus raíces africanas también están vivas en su hablar, también español y hasta francés. Allí, una de mis primeras paradojas, uno de los chicos que trabajan como ayudantes de lancha, conversó con nosotros acerca de si le entendíamos o no su inglés, mantuvimos una breve charla y termina con un “ustedes hablan diferente”, la charla continuó sobre otras aventuras de viajes y el chico concluye “allá en Colombia la vida es diferente”.

Me resonó el “allá en Colombia”, le dije “we are in Colombia, in fact”, sonrío y me dijo que sí pero que no es lo mismo. Más adelante, sostuve una conversación con un líder de la isla, hablamos hasta de política, de la relación del gobierno con el archipiélago, entre otras cosas, y todas, absolutamente todas sus referencias para dirigirse al territorio fueron “allá en Colombia”. Debo reconocer que a esas alturas ya había un sentimiento de exclusión, no de ellos hacia nosotros, sino de reconocer que ellos pudieran sentirse lejos de nosotros, más allá de la distancia, como lo dije al principio. Hay banderas de Colombia en diferentes lugares de las islas, la Armada Nacional ejerce soberanía con su gran base en el sur del archipiélago y en general, pese al “allá en Colombia” ellos sí se sienten muy colombianos, celebran todas las fiestas nacionales, celebran a la selección Colombia y hasta algunos son hinchas del Junior de Barranquilla,  no ha estado en duda su nacionalidad ni siquiera por el conflicto limítrofe que sostienen Colombia y Nicaragua por la soberanía de las islas. 

Sobre iota

Una persona fallecida y el 98% de la infraestructura de viviendas y edificaciones destruidas, fue el saldo por el paso del huracán iota sobre la isla en noviembre de 2020, nunca en mi vida vi a todo el país con los ojos puestos en Providencia y Santa Catalina, cada noticiero, periódico y emisora hablaba de la tragedia natural y de cómo afectó a los más de 6 mil colombianos que viven el el archipiélago. El país se movilizó en favor de los afectados y Providencia permaneció en el radar del país durante mucho tiempo, incluso, estuvo por primera vez en el mapa de muchos que creían que el archipiélago empezaba y terminaba en San Andrés. 

Aunque lento, el proceso de reconstrucción de la isla por parte del gobierno colombiano ha dado sus frutos, hoy, la infraestructura de la isla en servicios básicos para los pobladores como el hospital, las escuelas y el mismo aeropuerto representan progreso, una recuperación notable de lo que había antes de iota. El puente de los enamorados, un puente de madera pintado de colores que unía a Providencia con Santa Catalina, colapsó por el huracán, hoy, el puente que aunque metálico y resistente, conserva los colores que han distinguido durante décadas a esta zona de la isla.

Modelo Social Sostenible

A diferencia de otras islas y destinos turísticos paradisíacos, Providencia no tiene hoteles y/o alojamientos 5 estrellas, no tiene gurús del turismo ni grupos empresariales que dominen o acaparen la operación y explotación de sus atractivos.  En Providencia, existe el turismo comunitario, donde todos los alojamientos son posadas, y sus propietarios son los isleños, la operación de traslados, alquiler de autos y motocicletas, restaurantes, cursos de buceo, tours a los cayos y actividades de pesca son operados directamente por personas que son oriundas y viven en la isla. Todos ganan con el turismo en Providencia y Santa Catalina, la cadena de valor en la prestación de servicios turísticos está anclada a la sostenibilidad social y ambiental de la isla. El sentido de pertenencia por su territorio es notable en cada calle, es un lugar limpio, de playas libres de desechos originados por los lugareños y, amablemente, no forma permanente nos invitan a cuidarlo.

Otro ejemplo de la sostenibilidad social de la isla, se percibe cuando visitamos el restaurante Green and Blue, un establecimiento de comidas que pertenece a la asociación de pescadores de la isla. 252 personas hacen parte de la organización como asociados, los cuales, diariamente venden el resultado de sus faenas en el mar a la asociación para que esta, lo seleccione, almacene si es del caso, lo distribuya entre los restaurantes y mercados de la isla y hasta ser distribuidos “allá en Colombia” en ciudades como San Andrés, Cartagena y Barranquilla. Todo el pescado, cangrejos, caracoles y demás frutos del mar, absolutamente todo lo que cocinan en el restaurante Green and Blue es fresco, de la pesca del día, en él, trabajan las  esposas de los pescadores con una energía innata y natural para atender a quienes buscan lo mejor de la gastronomía de la isla, donde además respetan los saberes de sus ancestros estableciendo un vínculo imborrable entre los visitantes y la experiencia de comer en un restaurante que honra a la “divina Providencia”, y a Providencia.   

Nunca sentí tanto calor humano en un lugar turístico, y no era amabilidad disfrazada de “servicio al cliente”, es el diario vivir de ellos, por donde quiera que vayas, caminando a Santa Catalina, sobre el puente o en cualquier playa, un isleño; niño, adolescente o adulto siempre te saluda, lo llevan en la sangre, son amables y serviciales, no hay el más mínimo atisbo de acoso al turista o al visitante, es como si hubieran decidido compartir por un tiempo, un pedazo de su paraíso con nosotros, con los de afuera, los de “allá en Colombia”.

 

Jefferson Gutiérrez Romero

Para información sobre qué hacer y la oferta turística de Providencia y Santa Catalina, consulta AQUÍ

Jeffexplora

Viajero, cafetero, fotógrafo y consultor en marketing y comunicación digital.

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